lunes, 7 de abril de 2008

Heavy Traffic


Han pasado casi dos décadas, pero recuerdo como si hubiera sido ayer el revuelo que ocasionó al ser transmitido en su primer año un programita de televisión al que tal vez hayan oído nombrar: Los Simpson. Puede sonar increíble a la luz de los programas que se transmiten actualmente (bastaron veinte años para que la televisión dejara de ser un instrumento del bien y se convirtiera en una ventana al séptimo círculo del Infierno), pero a finales de los ochentas/principios de los noventas se consideraba digno de escándalo que en una caricatura se tocaran temas como el adulterio o el alcoholismo.


Probablemente no haya sido el hecho de que se abordaran esos temas lo que originó la controversia (y seguro tampoco fueron esos temas en particular los responsables de que Los Simpson incomodaran de tal manera a los americanos: si me preguntan, el detonante del escándalo fue que se presentara con una frecuencia y naturalidad hasta entonces inédita el fracaso, que era para el jefe de la familia -un hombre blanco* calvo, obeso y poco educado, como tantos de los televidentes- el pan rancio de cada día), sino que se presentaran en formato animado, al que tradicionalmente se asocia con los niños.


El caso es que no hubo programa de noticias ni vieja chismosa que se quedara sin aportar sus dos centavos a la discusión en torno a la nueva serie, ya fuera para alabarla por su atrevimiento e inteligencia o condenarla por... bueno, por reflejar la realidad. Lo curioso del caso es que esos jóvenes padres estadounidenses de finales de los ochentas crecieron durante la década en la que la humanidad ha estado más cerca que nunca (al menos en los últimos doscientos años) de recibir una reprimenda como la que les dieron en Sodoma y Gomorra: los setentas.


La década de los setentas era infinitamente más perversa que la actual, pero con dos enormes diferencias. La primera importante es que todavía no había pasado de moda tener dignidad. La segunda es que era posible escapar de la podredumbre (si vivías en una ciudad grande te salías de ella y punto); en cualquier momento podías prender el televisor a las diez de la noche con la tranquilidad de que no ibas a toparte con dos mujeres haciendo "tijeras" en al menos cuatro o cinco canales. No niego que me guste ver ese espectáculo de vez en cuando, pero no quiero topármelo sin siquiera haber hecho el menor esfuerzo por buscarlo. Me gusta que las "tijeras" que veo sean deseadas, anticipadas y ganadas con al menos un poco de esmero, porque de lo contrario no significan nada.



¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Los Simpson. La animación transgresora. Los setentas. Bueno, ya. No me gusta extenderme tanto en la introducción de las películas que les presento en este espacio, y creo que ustedes tampoco quieren estar leyendo desvaríos, así que vamos directo al grano: un animador gringo de nombre Ralph Bakshi hizo muchos años antes de que existieran Los Simpson un montón de muy buenos largometrajes animados, entre ellos la famosísima Fritz, el gato, basada en los cómics de ese genio llamado Robert Crumb y notable por ser la primera película animada en recibir la clasificación "X", así como la caricatura de El Señor de los Anillos y muchas otras más. En sus películas hablaba de temas mucho más escabrosos que cualquiera con el que hayan tenido que lidiar Homero y Bart, y lo hacía en un tono bastante serio, aunque sin perder el sentido del humor. Hoy les voy a platicar su película titulada Heavy Traffic, que va más o menos así:



Al principio de la película hay un prólogo en el que un negro vagabundo de esos que tanto miedo dan regresa a Nueva York luego de haber estado no sé dónde. Está feliz, saluda a sus amigos, encuentra una trompeta en el basurero y se pone a tocarla. Entonces es baleado por equivocación por un mafioso. Vagos - 0, Ciudad - 1.

Conocemos a nuestro protagonista, un caricaturista mitad italiano y mitad judío que vive con sus padres, que son dos personas altamente desagradables. Es no mal muchacho al que le hace mucha falta una cosa:


Sexo, por supuesto. Nuestro protagonista vive atormentado por la falta de sexo en su vida, pese a estar rodeado de él día y noche (así andamos ahora todos los que tenemos televisión. Intenten prenderla cinco minutos y no toparse con una cuerona que los alborote. Es imposible).


Sus amigos (que más que sus amigos son unos bravucones que viven jodiéndolo por ser noble) le llevan chamacas descarriadas, mitad para ayudarlo y mitad para avergonzarlo.

Pero les digo, nuestro héroe es muy pendejo. Contra eso qué se le va a hacer.

En un bar de por ahí trabaja una negrita de muy buen ver. Nuestro amigo se encarama al techo del local y con una caña de pescar le baja dibujos de ella y de los clientes borrachos del establecimiento. Le hacen mucha gracia, así que lo recompensa regalándole una cerveza.

Desafortunadamente esa noche se arma un tremendo pleito entre un travesti y un obrero ebrio que no se dio cuenta de que la "chava" a la que se estaba fajando tenía palanca al piso sino hasta que era demasiado tarde. El tramposo es amigo de la negrita, así que cuando su jefe ve el pleito, la corre.

Mientras tanto, en los muelles, el papá de nuestro protagonista trata de impresionar a los jefes de la mafia local mandando a volar al sindicato de cargadores, a los que dice no necesitar porque piensa usar a negros muertos de hambre para hacer el trabajo. Sin embargo, no contaba con que los mafiosos de ninguna manera piensan permitir que unos negros toquen su mercancía. El papá está en problemas graves.

Nuestro héroe invita a la recién despedida bartender a quedarse a dormir en su casa, y ella acepta porque un borracho está molestándola y necesita una excusa para mandarlo a volar. Cuando llegan al lugar ella se desnuda y se mete a la cama, lo cual resulta demasiado intenso para el caricaturista.

Entre todos sus problemas laborales, el papá encuentra tiempo para preocuparse por la hombría de su hijo, así que le lleva a la gorda más horrible y puta del mundo para que lo desvirgue. La gorda ataca al pobre muchacho en la cama, y en eso están cuando la negrita sale del baño y horroriza al papá, que no puede creer que su único hijo esté mezclándose con una negra.

Al ver la reacción del señor al verlos juntos, los jóvenes deciden huir. Van a refugiarse con unos encantadores vagabundos que tocan música para los enamorados. Están listos para comenzar una nueva vida. Su propia vida.


El caricaturista se presenta con un magnate de las tiras cómicas y le ofrece su material, que mezcla escenas de la Biblia con un escenario postapocalíptico, todo lleno de violencia, drogas y sexo. Al viejito le da un soponcio nada más de escuchar la idea.

Al poco tiempo nuestros enamorados descubren que no es tan fácil eso de perseguir los sueños, así que recurren al plan B: ella va a ser prostituta y él su proxeneta. Para aprender el negocio acuden con unas profesionales, que con gusto les enseñan cómo es eso de la vida en la calle.

Desesperado, el papá del muchacho se presenta ante el jefe de los mafiosos a pedirle una segunda oportunidad en los muelles y a rogarle que lo ayude a solucionar la situación de su hijo con la negra. El capo está demasiado ocupado recibiendo balazos como para hacerle caso, así que lo manda a volar.

El joven y su novia comienzan su carrera en los bajos mundos. Acuden a clubes donde él la presenta a caballeros con dinero. Ella sigue el juego y les coquetea hasta llevárselos a su habitanción...

... donde el muchacho los espera para darles un tremendo golpe, quitarles hasta el último centavo, y darse a la fuga.

Eventualmente el papá del caricaturista va a los muelles a buscar ayuda, a alguien que pueda solucionar el problema de su hijo y la negrita. No sé si ustedes lo sepan, pero esos muelles de Nueva York eran famosos en los setentas porque ahí se reunían los homosexuales a tener orgías de lo más insalubres. Tras buscar un momento, el señor logra contactar a un pillo que acepta el trabajo.

El papá lleva al malhechor a su casa y le entrega su pistola. Si es necesario, tiene que matar a la muchacha, todo sea por "mejorar la raza".

¿Qué podía salir mal en un plan tan sencillo? Absolutamente todo. Los jóvenes delincuentes caminan por un callejón tomados de la mano, absortos uno en el otro, cuando el malnacido sin piernas llega por detrás con la pistola del señor y dispara un tiro que le da justo en la cabeza a nuestro protagonista. El papá ve cómo los sesos de su hijo se desparraman en la calle, la negrita cae al suelo llorando desesperada, el asesino se da a la fuga, y entonces...

¡Qué timo! De repente nos transportamos al mundo real, donde nuestro héroe (ahora un chavo setentero medio vejancón y bastante feo) juega un pinball. Bueno, no puedo decir que no hubo previo aviso, pues si se fijan en el fotograma del nombre de la película, notarán que la acción comienza precisamente en la sala de pinball.
El protagonista pierde en la maquinita y sale a la calle, donde se topa ni más ni menos que con la negrita, que ahora es una treintañera barrigona y feíta. Él intenta abordarla pero ella lo manda al carajo.
Pero nuestro héroe algo habrá aprendido jugando esos pinballs, porque la sigue e insiste e insiste hasta que a ella no le queda más remedio que ponerse a bailar en Central Park con él.
Fin.

* Bueno, amarillo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Son unos genios. Adoro esta sección.

Saltimbanqui.

Anónimo dijo...

La negrita era de verdad? se convirtieron en humanos? reéncarnó el héroe? vivieron felices para siempre?

El respeto al derecho ajeno es la paz.

Saludos, Bomberito.