viernes, 23 de mayo de 2008

Ver tele adelgaza


Los programas de chismes han servido para confirmarnos que las celebridades pueden ser tan estúpidas como cualquier persona: que lo mismo conducen borrachos, entran y salen de clínicas de rehabilitación, pierden a sus hijos, se arrastran en el fango por un flash. Eso es lo verdaderamente interesante de ellas; no sus actuaciones, no sus pésimos discos. Queremos ver ricos sufriendo, famosos que han perdido hasta la camisa, actrices que tienen hijos de senadores. Queremos ver a gente en la montaña rusa de la vida, llorando por el vértigo, tanto en los descensos como en las subidas.
Los reality shows acortan el camino. En lugar de esperar a que las celebridades accedan al punto más bajo de la humillación, encontramos a gente común y corriente exponiendo su último resquicio de integridad por salir en la tele. A cada rato uno encuentra individuos dispuestos a abrir su intimidad y a mostrarse vulnerables, a fin de acaparar las miradas. Cada semana emprenden la batalla por permanecer en pantalla. Las pruebas son duras, están obligados a interesar al público sin tener talento y peor que ello, sin fingir que lo tienen. Finalmente emergen victoriosos en su minuto de fama, incluso cuando los expulsan. No importa quedarse a mitad del camino; en la televisión, el único fracaso es no haber empezado.
El último de los inventos de la fe catódica llega como uno de esos platos saludables: caros, que no saben a nada y que sólo consumimos por el simple placer de decir que hicimos algo bueno. Se llama “¿Cuánto quieres perder?”. Lo transmiten cada domingo y está producido por Televisa.
En el programa dos equipos de gordos compiten por ver quién baja más de peso, acción por demás plausible como algunas otras emisiones debidas a la misma televisora: los adolescentes que luchan por conformar una banda, los famosos que bailan por una noble causa, las valientes empresas que hacen todo tipo de donaciones para llegar al sueño de los deducibles. En fin, que el camino del rating está pavimentado por las buenas intenciones.
Es innegable que este país tiene graves problemas con el sobrepeso. Los números abruman tanto como nuestra última visita a la báscula. Pero “¿Cuánto quieres perder?” no explota el superávit de carbohidratos sino el déficit de autoestima. Al contrario de lo que hace con sus telenovelas, ahora a Televisa no le interesan los cuerpos, sino las historias.
En el pasado la televisión aprovechaba la idea de gordos simpáticos y ahora lo hace con la idea de gordos inconformes. No me extraña. Nada como la superación personal para lograr una buena audiencia. “Estamos buscando a 14 personas para cambiarles sus vidas”, decía la convocatoria lanzada para este reality. ¿Eso qué significa?, ¿que alguien será mejor persona si desplaza menos agua en la alberca, que la felicidad es un lugar donde se usa una cinta métrica y no dos?
Lo fascinante de los castings es que evidencian las tramoyas del espectáculo. Puedo entender la selección en un programa de canto (la voz), puedo comprender cómo se conforma un encierro de famosos (con estrellas medianas que no pierden nada humillándose y a cambio pueden ganar mucho), ¿cuáles fueron los parámetros para escoger a estos obesos?, ¿eligieron a los más gordos, a quienes tuvieran historias más tristes, a quienes demostraran más aptitudes para triunfar? ¡No! Como en los supermercados, los productores optaron por la variedad, que no es otra cosa que ofrecer la misma chatarra con diferente empaque: el tipo de gordo con el que puedas identificarte.
Si analizamos las motivaciones de cada concursante podríamos tener un panorama amplio de por qué la gente quiere bajar de peso en este país: porque mi esposa es delgada (Ignacio), para lucir un bikini (Ana Luisa), para pedirle matrimonio a mi pareja (Iván), para enamorar a una compañera de la universidad (José Antonio), para que mi hijo se sienta orgulloso de mí (Elvira), para encontrar un mejor trabajo (Liliana), para no morir (Lizbeth), porque fui abandonada por mi esposo (Teresa), para casarme de blanco (Anabel). Sólo faltó: para ganar una gubernatura (Ivonne), para conservar mi empleo de Miss Universo (Alicia).
Unos quieren ser inspiración y otros buscan ser inspirados. Como los equipos de futbol nacionales, estos nuevos héroes contemporáneos luchan contra la estadística (ser el segundo país de obesos en el mundo). Pero algo falla, las condiciones pecan de inverosimilitud. Si los participantes no tuvieran nutriólogos, sicólogos, un spa, una ambulancia a cualquier hora, doctores, un premio jugoso y además el esfuerzo tuviera que emprenderse con dos trabajos, una familia que mantener y el salario mínimo, entonces uno estaría tentado de hablar aunque sea de arrojo. En “¿Cuánto quieres perder?” las circunstancias son demasiado ventajosas, porque su principal intención es reducir las contrariedades del sobrepeso a la mera voluntad (“Si quiero, puedo”) como hacen con la economía los cursos de emprendedores.
Sin embargo, el trasfondo central de éste y otros “programas de realidad” es la idea común de que la tele nos puede ayudar. “¿Cuánto quieres perder?” no se diferencia de otras emisiones -como “12 corazones”- que se sustentan en esa fe: vivimos en crisis permanente y creemos que un rating de 20 millones de espectadores puede ser un buen respaldo emocional. ¿Qué hay de malo en eso? Que alguien que piense que aparecer en televisión es una buena medida contra sus preocupaciones es alguien que tiene más problemas en la cabeza que en la tiroides. Lo más terrible de todo es que “¿Cuánto quieres perder?” explota la misma premisa del Teletón: el humanitarismo deja tantas ganancias a los anunciantes, como satisfacciones en los espectadores. En un panorama en donde todos ganan, las críticas parecen sospechosamente molestas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"creo que la televisión es muy educativa, cada vez que alguien la enciende, me voy a otro cuarto a leer un libro"
- Groucho Marx

saludos.

Rodrigo Solís dijo...

Magnifico Eduardo. Una cátedra de cómo se debe escribir de los asquerosos programas de “realidad”.

P.D. A mí no me aceptaron. Dijeron que era demasiado gordo, feo y gay. En fin, recibí toda suerte de discriminaciones.

Anónimo dijo...

mmm

www.youtube.com/watch?v=-_m5mABBH4U

natalia