domingo, 15 de junio de 2008

Mi caballo Diesel (o Los Mandamientos del terror de mamá)


“EL MIEDO CRECE EN LA OSCURIDAD; SI PIENSAS QUE EL COCO TE ESTÁ ESPERANDO, ENCIENDA LA LUZ.”


- Dorothy Thompson


Mamá por naturaleza tiene la capacidad sobrenatural de transferirme sus más terribles miedos. Ella nunca fue una de esas mamás católicas recalcitrantes que te hacían memorizar los evangelios y los diez mandamientos; no, ella prefirió hacerme aprender, al grado de heredármelos, sus siete mayores miedos, mismos que como monaguillo aventajado adopté sin mayor empacho como propios.




1. No te subirás a juegos mecánicos. Una vez en la feria ganadera de Xmatkuil mi hermano, el hombre del buen gusto, llegó con los ojos inyectados de emoción: “¡Finalmente sucedió, fue increíble!”. Todos en la mesa le preguntamos qué ocurría, a lo que él respondió sin borrar de su rostro la fascinación: “Ahí estuve, casi casi me cae encima el tipo”. Las noticias del periódico luego explicaron, con menos excitación y, aunque sea difícil de creer, con más objetividad, lo acontecido aquella noche en la feria: uno de los juegos mecánicos, en el que unos avioncitos daban vuelas en círculo subiendo y bajando a una velocidad más allá de lo permitido por la gravedad y la física, salió disparado por los aires. Para colmo de males el piloto, al parecer, no cargaba con paracaídas, y murió al instante al impactarse contra el suelo.

Al no existir en aquellos días periódicos como La i o De a Peso, mi hermano se encargó de colocar un encabezado digno del acontecimiento: “Kamikaze revienta su cabeza como sandía al impactarse en el pavimento”.




2. No viajarás en avión. “Hagamos una excepción”, dijo mamá, dándonos a mi hermano y a mí la bendición antes de abordar el avión que nos conduciría a Disneylandia en compañía de mis tíos y primos. “En cualquier momento esta cosa se convierte en una bola de fuego”, me decía por lo bajo mi hermano durante todo el trayecto de Mérida a Miami, avivando todas las historias que mamá me contaba por las noches antes de dormir acerca de los accidentes aéreos que había visto en los noticieros. Años después papá me confesó que mamá viajó totalmente ebria a su luna de miel en España, pues esa fue la única manera de someter a una joven histérica que gritaba sin que el avión hubiese despegado: “¡Nos vamos a hacer mierda contra el Atlánticooooooo!”

Superado el segundo miedo de mamá, el primero vino a suplantarlo en automático, atormentándome durante toda mi estancia en Disney. Mientras mi hermano y mis primos se divertían en las montañas rusas, yo en cambio me la pasé arriesgando el pellejo en un carrusel con las figuras de los personajes más famosos de Walt Disney, con los brazos aferrados con toda la fuerza que podía caber en un infante a las orejotas de Dumbo. Mi preferencia por el paquidermo no fue casual, y un gringuito sufrió las consecuencias de mi histeria: un certero gancho a la zona hepática a la Julio César Chávez le hizo retroceder para agenciarme el elefante, pues ni en broma pensaba subirme al lomo de Bambi; uno nunca sabe, en caso de que el juego mecánico saliera disparado por los aires, qué Pato Donald ni la pata que lo parió, el trompudo barrigón con seguridad me salvaría.


3. No conducirás antes de los dieciocho, y de preferencia nunca. Tomé por costumbre maldecir a mamá cada que mi volcho se apagaba gracias a mi destreza al sacar el embrague sin cambiar de velocidad justo en la única entrada de la universidad, que casualmente tenía la mayor afluencia de vehículos de la ciudad, ocasionando un embotellamiento digno del periférico del D.F.

Mi poca pericia y nervios despedazados cuando estoy al volante lo debo al haber acompañado a mamá a sus clases de manejo cuando era pequeño, en especial al elegir los días en que se le ocurría colisionar con otros automóviles. Como aquel día en que terminé impactado en el parabrisas trasero del auto, cual Garfield de peluche pegado en un taxi.


4. No tendrás sexo sino hasta el matrimonio. De este horror no puedo culpar del todo a mi progenitora: mis probabilidades de perder la virginidad eran bajísimas gracias al costal de huesos que me cargaba por cuerpo; por desgracia, en mi juventud, parecer top model anoréxica definitivamente no era nada atractivo como hoy día, cuando mientras mayor sea tu parecido con una criatura bulímica andrógina, mayor será tu éxito con las chicas. “El sexo es algo que debe aguardar hasta el matrimonio; pues es algo mágico y maravilloso…”, me dice mamá aun hasta la fecha viéndome con ojos llenos de esperanza, para luego rematar: “Rodri, ¿tú aun eres virgen, verdad?”.



5. No te emborracharás antes de la mayoría de edad. Omitiendo el vergonzoso espectáculo cometido en el avión, que bien puede pasarse por alto gracias a que mamá tenía la mayoría de edad, ella siempre recomendó prudencia en cuanto al consumo de cervezas o cualquier otro tipo de bebida alcohólica, asegurándose de privarme de tales placeres mediante un efectivísimo método: “Eres libre de tomar todo lo que quieras y puedas”.

Brillante. Nada como ofrecerme licencia para cometer actos ilícitos, a diferencia de los padres de mis amigos, que les negaban todo cuanto podían. De ahí que no me naciera compartir el mismo placer clandestino de mis adolescentes amigos al comprar de contrabando Ron Comodín a quince pesos la garrafa. Sin embargo, fue hasta que los vi (con mis cuatro ojos sobrios) vomitando el intestino grueso en la piscina del Club de Playa Cococoteros y derribando el pastel de quince años de la festejada (la niña más ñoña del salón) y corriendo en zigzag a toda velocidad para salvar sus vidas de un seguro linchamiento, cuando me percaté de todos los momentos mágicos de los que me estaba perdiendo.

6. No fumarás marihuana, ni siquiera un churro. Creerle a mamá (de joven se lo creí) que no tocó, como ella asegura hasta fecha, ni un churro, es pretender creer que Santa Claus baja por la chimenea de todas las casas del mundo en navidad.

Mamá vivió su desenfrenada juventud en los años setentas. Sus mejores amigas (influencia total en ella) fueron jovencitas mayores y rebeldes que tuvieron la fortuna de experimentar las mieles de los sesentas. Sus ídolos fueron Jimmy Hendrix, Janis Joplin, The Who, Led Zeppelin y los Beatles; de ahí que mamá tuviera que hacer un esfuerzo inhumano por contener la risa al observarme intentando amedrentarla cuando me vestía de adolescente rudo, o sea, cuando salía disfrazado con pulseras metálicas, camisa negra de los Guns n´ Roses y cargando una guitarra que jamás aprendí a tocar.


7. No montarás a caballo, nunca en tu santa vida, por lo que más quieras. Cuando en todos los noticieros anunciaron que el actor Christopher Reeve (mejor conocido como Superman) quedó cuadriplégico al caer de un caballo, mamá meció la cabeza y dijo: “Esos animales no nacieron para ser domados”.

Años atrás, cuando vivía, papá, que era un hombre de grandes ideas, decidió que había llegado el momento de hacerse de un caballo, pues por aquellos remotos tiempos le sobraba plata. Sin embargo, esta no era tanta como para comprarse un rancho, así que se conformó solo con el caballo. “Desgraciada cantina donde se lo habrá ofrecido alguno de sus amigotes borrachos”, decía mamá con amargura cada que podía; argumento que al instante refutaba papá con una infalible justificación: “El caballo es para mis hijos”.

El equino resultó ser un bello ejemplar albino de crines dorados como el trigo. “Anda, acarícialo”, me dijo papá con una sonrisa cómplice, “no le tengas miedo, que pueden olerlo”. Demasiado tarde, yo le tenía terror a esa bestia del infierno, y cómo no, cada que me acercaba, el cuadrúpedo de cascos amenazantes me miraba con ojos enloquecidos, producto de mi miedo o tal vez por que sus compañeros de estancia eran maquinas, motores y bombas de diesel.

Mamá a menudo me contaba que la única vez que estuvo segura de que iba a morir fue gracias a un caballo que se desbocó, y de no ser por que era una jovencita robusta con fuerza de hombre hubiera salido disparada contra las rocas del rancho de su tío. “Ese caballo, que sabrá Dios de dónde y a que precio lo obtuvo tu papá, me lo recuerda mucho”, decía mamá.

Por fortuna papá jamás me obligó a montar el misterioso caballo blanco, o tal vez fuera que no le dio tiempo de volver de una vez por todas hombrecito a su retoño gracias a que a las dos semanas de su nueva adquisición amaneció tan tiesa como una barra de acero. Al parecer su dieta consistió en tuercas y una buena dosis de diesel que los mecánicos vertían en su bebedero para darle más caballos de fuerza al infeliz animal.

6 comentarios:

Lus dijo...

Todas las mamás son iguales, te psan sus miedos o te usan para cumplir sus sueños es parte de la vida....

Anónimo dijo...

es normal, todo lo que nuestros padres hacen nos parece malo ahora, pero en unos años cuando nos toque ser padres nos veremos actuando igual que ellos
jajajaja
que triste no??

Anónimo dijo...

Coño Rodro como me he reido recordando esos momentos, no me podia dejar de reir con la bola de fuego y lo de xmakuil.
Al parecer al pobre caballo lo durmieron porque nadie sabia que despues de correr a un caballo hay que ponerlo a caminar o se engarrota y algun animal que podria ser pocaluz, chocopatin, choco, modesto o algun otro apodo pintoresco que habia en famaco fue el causante, lo monto como si estuviera la triple corona de por medio y terminando lo amarro y al pobre le quedaron las patas ahi si como barra de acero.

Anónimo dijo...

Las mamás somos siempre así.

Ecuador.

Infomelilla (España) dijo...

Publicado en:

http://www.infomelilla.com/noticias/index.php?accion=1&id=8839

Rhema (Campeche) dijo...

Publicado en:

Rhema No. 56 Julio 2008
http://www.wobook.com/WBmP6KY24z3v-1-fullscreen-ad