sábado, 22 de noviembre de 2008

No más cuestas de enero



Si yo fuera asesor del Estado mexicano propondría una auténtica revolución que, como la mayoría de las revoluciones, haga cambiar las cosas para que todo siga igual. En un plan que me haría ganar el Nobel de Economía, plantearía que los precios no subieran… sino que bajaran los pesos. Es decir, hay una crisis y lo primero que sucede es que el tomate empieza a ser impagable, pero ¿no podíamos revertir el proceso y hacer que sean las medidas las que desciendan y no los precios los que aumenten? “A partir del 2008, los kilos serán de 950 gramos y los litros de 970 mililitros”, sería la primera disposición oficial, nada que no hayan sucedido en alguna gasolinera. Lo que podríamos llamar “una caída del sistema de pesos y medidas” sería la mayor estrategia económica de este siglo. ¡En la peor de nuestras crisis consumiríamos kilos de medio kilo, pero por el mismo precio!

¿Recuerdan lo que hizo Salinas no para detener las devaluaciones sino para crear el espejismo de mejoría?: quitarle tres ceros al peso. Imagínese ahora lo que representaría adaptar nuestro sistema métrico decimal cada que sobrevenga una devaluación. Es más o menos la misma generosidad que reclamaba Marco A. Almazán a los comerciantes que subían sus precios tan sólo para poder hacer mayores descuentos.

Pero volvamos al hipotético año 2009, donde las medidas bajaran. En el inconsciente colectivo se desataría una terrible confusión. “¿Por qué no me alcanza si nada ha subido?”, se preguntaría el consumidor. “¿Por qué le temo más a la Profeco que a Hacienda?”, se cuestionaría el comerciante. Este clima de desconcierto haría manipulable a la opinión pública, pues no es lo mismo pelear por mejores salarios que por kilos de mil gramos. De tal modo que el Gobierno comprobaría una vez más que si no puede contra el pueblo, lo mejor es confundirlo.

Ya nadie hablaría de la cuesta de enero sino de la “pendiente del nuevo año”. “Defenderé al peso como a un perro”, prometería de nuevo el Presidente; los sindicatos pedirían cada año un alza en los pesos. ¿Alguien imagina las notas periodísticas? “Los trabajadores apenas obtuvieron una recuperación del 0.7 por ciento en el litro de gasolina, aunque su petición inicial era del 15 por ciento”.

¿Qué nos depararía el campo? Con un sistema métrico decimal cambiante y, por ende, con medidas más pequeñas cada vez produciríamos más toneladas de maíz al año. Por devaluación de pesos, la producción frutal podría aumentar en 10 por ciento entre la recolección y la venta. Los campesinos se quejarían: “¡Me lleva la que me trajo, otra vez cosecha récord!”

Y aunque abierto promotor de este plan, también debo reconocer sus punto débiles. En especial uno: la salud. Al bajar nuestros pesos, padeceríamos un índice de obesidad sicológica sin precedentes. Más cinturas de 80 centímetros, menos gente debajo de los 60 kilogramos. “¡Dios, me he comido ya un kilo de carne de res y todavía no me lleno”, sería la frase trágica de los comensales. Aunque el hecho también tiene un paliativo. Cada que un experto dijera “Se sobreviene una inflación”, sabríamos que se trata de un nutriólogo y no de un economista.

1 comentario:

Rodrigo Solís dijo...

Esto suena a una comedia chiflada de Eduardo, pero lo juro, por mi santa madre que no faltará el listillo economista que le robe esta idea a Eduardo y se gane un millón dólares cuando le den el Nobel de economía.