martes, 15 de marzo de 2011

La horrible Perú




Siendo una persona pobre y poco avezada en materia tecnológica (apenas acabo de descubrir el Google Maps), este nuevo hallazgo me da (o pensé me daría) la posibilidad de llegar a rincones y lugares donde mi exiguo salario me lo impide.

Siempre he soñado que cuando sea un escritor best-seller el primer lugar al que me gustaría ir es a Argentina y luego a Perú. Nada de Europa y lugares donde me hablen en idiomas inentendibles y cuyo acento y entonación pareciera que me están cagoteando (y tal vez me estén cagoteando por ser un indio mexicano) y me orillen a sentarme en la banca de un bonito y lujoso parque a
llorar como un niño perdido.

Me conozco de sobra. Se que no soy un intelectual afrancesado. Un dandy inglés. O un sujeto en busca de sus raíces hispanas. Lo que yo siempre he soñado (en mis sueños siempre soy millonario) es pasear por las calles argentinas, y no porque Borges haya escrito algo sobre las calles de su país (en realidad no sé si escribió sobre las calles argentinas porque no he leído nada de Borges y además está probado que el viejo ciego quiso que lo enterraran a miles de kilómetros de esa gente que se siente parida por Dios). Quiero pasear por las calles argentinas por dos simples razones y en una época en especial. La época tiene que ser en el año 2014 o 2018 o 2022 o 2026 (o sea, en cualquier año mundialista). Las razones son las siguientes: Razón uno: ver si los argentinos en verdad son gente tan apasionada al fútbol como todo mundo dice, y abrazarlos para consolar sus lágrimas cuando los echen en cuartos de final o ponerme la camiseta albiceleste con el número diez y hacerme pasar por uno de ellos cuando levanten la Copa del Mundo porque mi selección, alias, los ratoncitos verdes, ni volviendo a nacer cien veces podré verlos ganar una copa de verdad, o sea, algo que no sea la copa de la Concacaf, alias, la copa de los países subdesarrollados y antillanos que no saben jugar fútbol. Razón dos: verle el culo a las argentinas. Nota: no es lo mismo verle el culo a las argentinas aquí en México (la mayoría trabaja como meseras y/o putas, o sea, paran el culo por que es su trabajo) que en Argentina (allí la redondez y firmeza es algo natural –según me cuentan-, una competencia leal, sana, en libertad de movimiento, culos erguidos y orgullosos que se pavonean para no verse menos contra otros cientos de miles de culos erguidos y orgullosos).





Si no es Argentina es Perú. O si es Argentina luego es Perú. Y lo más seguro es que no vaya a Machu Picchu para horror de todos los que me creen un intelectual interesado en la historia. Si no he visitado algunas ruinas arqueológicas que me quedan a media hora de casa, menos voy a ir a una que me quede en el culo del mundo. Igual y recorto mi cara sonriente en Photoshop y se la pega a un turista parado junto a un llama y la subo al Facebook para que no me critiquen y me llamen ignorante.

Quiero ir a Perú porque tengo una relación cósmica y literaria con ese país. La primera vez que me publicaron en el extranjero fue en un periódico llamado Expreso. La primera vez que tuve un blog fuera de mi país fue en Perú.com. La primera vez que un hombre se enamoró de mí
fue un peruano que me escribía poemas horrendos como su cara, (tal vez) porque le juré por mi santa madre en el latinchat que era yo una argentina aspirante a modelo radicada en México. Y cuando me interesó de verdad la literatura fue gracias a un par de escritores peruanos, traducción: logré terminar un libro en menos de una semana y sin tener que batallar con el sueño.






Una de mis escritores favoritos es el peruano Jaime Bayly, cosa que llevará a la conclusión a algunos intelectuales a decir que precisamente esa es la causa de que yo nunca llegaré a ser un intelectual como ellos. No importa. No soy un hombre rencoroso. Mis lecturas en la juventud de Paulo Coelho me enseñaron a ser un caballero iluminado. Un ser bondadoso.

Jaime Bayly desde su primer libro No se lo digas a nadie despertó en mí la llama viajera por conocer su horrendo país. Y ahora que he terminado de leer su última novela Morirás mañana 1. El escritor sale a matar no pude más que venir corriendo a la computadora para poder ver con los mismos ojos del asesino serial las calles limeñas que lo conducen al hospital para saber cuánto tiempo le queda de vida:


“Son las cinco y media de la tarde y ya comienza a oscurecer y una capa de niebla de lánguidos matices rosados desciende sobre la ciudad, una ciudad que a esta hora, la hora del crepúsculo, parece una fantasmagoría, un gigantesco cementerio de muertos vivientes. Cuatro calles, diez minutos andando, separan mi casa de la clínica Americana. Mi casa está en la esquina de la calle Maúrtua con la calle Vanderghen. Camino por Vanderghen (ya casi es de noche pero no han prendido el alumbrado público) y cruzo Tudela y Varela y avanzo una cuadra, y cuando llego a la esquina de Chochrane (yo estudié en le colegio Markham…), subo una cuadra en dirección a la calle Salazar, y allí se erige esa clínica, la Americana, la Anglo Americana como se llama formalmente, donde siempre me han atendido mis problemas de salud…”.


Pienso: Finalmente conoceré la Lima de los ojos de Bayly, sin embargo, oh, sorpresa, Lima es una ciudad incluso más
subdesarrollada que Campeche. Sus calles y malecón seguirán siendo un misterio para mis ojos.




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Mi teoría (en realidad Lima tiene edificios más altos que el edificio más alto de Campeche) es que en efecto, los peruanos son tan espeluznantes como los describe Bayly, entonces, los de Google Maps (en contubernio con la secretaría de turismo peruana) decidieron no mostrarnos el rostro de su ciudad para que incautos como yo, ahorremos nuestros pocos pesos y tomemos el primer avión a Perú, y así, finalmente nos topemos cara a cara con nuestra fealdad.






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