jueves, 29 de noviembre de 2012

Mala Racha, una novela de 100




miércoles, 28 de noviembre de 2012

martes, 27 de noviembre de 2012

Los primeros 3 capítulos de “MALA RACHA”


Espero que te guste el adelanto. Si es así no hace falta que me lo digas. Simplemente puedes comprarlo. Los escritores desempleados con novias de pechos descomunales no podemos vivir del aíre.

Aquí para leer on line:





Aquí para descargarlo:

Puedes descargarte estas primeras 25 páginas de “Mala Racha” desde mediafire. Pinchaaquí.


domingo, 25 de noviembre de 2012

Mala Racha toma los medios nacionales



Despierto esta mañana y me topo con una sorpresa que me ha hecho llorar de felicidades como un niño cuando descubre que Santa le ha traído un montón de juguetes que no merece.


 
Dorada Píldora
Por Jorge Moch
 
Es legendaria ya la ausencia de novedades en la televisión mexicana, esa aridez creativa que parece tener a raya cualquier iniciativa de algo original, algo nunca visto y en cambio recetar al pasivo y resignado auditorio, ese público apático que más parece recua que pueblo, más de lo mismo: programas viejos, refritos de refritos, los mismos chistes, las mismas frases, la misma basura, la vieja intención no poco siniestra de convertirnos en idiotas pitecoides. A saber si se trata de una peculiar fenomenología –patología, más bien– de la creatividad yerta de los guionistas o la mojigatería censora de los ejecutivos, o simplemente la apatía de consorcios enteros que apuestan al conformismo de toda una sociedad, a su desgaste, a su orfandad moral y el proverbial abaratamiento de su intelecto.
Pero de que hay talentos que podrían renovar la narración visual en la televisión, los hay. El problema es que no están en el medio, andan en otro lado, correteando, para decirlo coloquialmente, los bisteces. Hay estupendos escritores a los que este aporreateclas se atrevería a adjetivar como experimentales que pergeñan estupendos textos que, trasladados a guiones y llevados al televisor –o al cine, que puede ser natural destino de más de uno– podrían ofrecer verdaderas novedades, refrescar la industria y de paso darle un respiro al respetable, que ya estamos saturados, realmente saturados, de las mismas porquerías de siempre, del humor edulcorado, de la ausencia de crítica social, de las pinches manos del clero católico metidas hasta el colodrillo en el ideario colectivo.
Allí está, buscando desde hace ya buen tiempo una rendija por donde colarse al éxito –no estoy muy seguro de a qué le llama “éxito”– un escritor iconoclasta y cáustico como no conozco muchos: Rodrigo Solís, autor de una columna/blog verdaderamente alucinante, insolente y descarnada que se titula –más de uno hemos sido alguna vez bombardeados por su lucidez galopante, su sorna cáustica, sus descaradas burlas al stablishment– (ya desde el título asoma ponzoñosa la intención) Pildorita de la felicidad. Por años –¡años ya, Rodrigo!– me he desternillado con sus confesiones atroces, la exhibición de sus peores momentos en la vida, porque de alguna manera que no acabo de comprender, Solís es un exhibicionista moral. Deliciosamente indecente, además. Puesto que su largo haber literario tiene que ver con su propia vida, sus desengaños –sobre todo los que él mismo va causando entre quienes lo rodean–, sus amores, sus quemantes ganas de convertirse en un escritor reconocido, laureado y referido por todos y además, oh realidad dama cruel, en un país donde cada día hay menos lectores, menos interés en la literatura y mayor preponderancia de esa televisión que pastorea el pensamiento bovino de millones de espectadores reducidos a potenciales votantes o compradores, el resultado suele ser francamente cómico. A veces escandalosamente cómico, desgarradoramente hilarante y hasta patéticamente chistoso, porque no maquilla nada, simplemente se burla de los valores presuntos de esta sociedad hipócrita y sus poderes fácticos (lo que le costó, al menos, no pocas amenazas y persecuciones en Campeche) y retrata fielmente su personaje, a sí mismo, con descarnada flema, y en ello a todos nosotros, tal que han hecho en televisión Berto Romero, en España; Tato Bores y el Negro Olmedo, en Argentina, o Larry David en Estados Unidos. Y todos ellos tuvieron un éxito enorme, con la única condición de que las cadenas que transmitieron sus programas no los censuraron. O no del todo.
Así que ahí queda una propuesta –sí, Rodrigo, es una propuesta en serio–: que la vida de Solís, su Pildorita de la felicidad, ahora novelada en Mala Racha (Mi cabeza Editorial, Madrid, 2012), sea convertida en guión para una serie de televisión a la que desde ahora le auguro éxito rotundo, porque, como dice Eduardo Huchín en el prólogo que escribió para Mala Racha:  “El secreto de la Pildorita estuvo y ha estado en sus componentes activos: los Data Pop, las tragedias menores, la televisión, la autobiografía precoz, Dios, la publicidad, el ridículo, las batallas familiares, la provincia, el futbol, los políticos, el cine, YouTube. Tómese la vida cotidiana y disuélvala en ácido clorhídrico. Sin embargo, pese a lo atractivo de su fórmula, la combinación por sí sola no hizo el milagro. Faltaba agregar la sustancia personal: la eficacia de un humor, despiadado, agudo, políticamente incorrecto. La marca de fábrica. El sello Solís.”


Curiosamente los editores de La Jornada, el único periódico en México que tiene mi respeto, hace un par de años (o más) me escribieron diciendo que dejara de chingarlos con mis mails, que no iban a publicar mis escritos, que además de superficiales, eran bastante idiotas.

Gracias querido Jorge Moch, eres un santo, y mi ídolo también.

Si eres una persona inteligente, lee su columna CABEZAALCUBO todos los domingos en La Jornada Semanal. 
 


sábado, 24 de noviembre de 2012

Súper premio al comprador 100



La mecánica es simple:
 


viernes, 23 de noviembre de 2012

Casi 100



Hay un montón de gente, en especial en Argentina, que me escribe correos todos los días diciendo que quieren comprar la novela, sin embargo, no pueden darse ese lujo en este momento por culpa de la crisis económica.

También en México ocurre este fenómeno. Cualquier cantidad de amigos me rehúyen creyendo que les miraré con mala cara por no haberme comprado mi novela.

No pasa nada, es más probable que venga el fin del mundo antes que Argentina y México se recuperen de sus perpetuas crisis económicas.

Mientras tanto, continúo con el homenaje a las personas que se sacrifican todos los días por un escritor. 




Estefanía Soberanis comprador No. 53


Emmanuel Solís y Alejandra Lira compradores No. 88 y No. 89


Juan Carlos Hernández comprador No. 90


Marcel León Rodríguez comprador No. 91


Jorge Gabriel Aranda Gómez comprador No. 92



Peter Aliseda comprador No. 95


Ricardo Pérez Torres comprador No. 96


Emmanuel Bacardit Rubio comprador No. 97

jueves, 22 de noviembre de 2012

Zombis en el Costco



Nada más piso el Costco y mi sentido zombi se enciende. No lo puedo evitar, es una enfermedad tan arraigada en mí como sufrir una erección cada que veo reaparecer a Fey en la televisión (no importa que cada día se parezca más a Jacobo Zabludovsky). Cierto, mi sentido zombi se dispara cada que salgo a la calle, cuando estoy en una plaza, en el cine, en una boda, etc., pero cuando estoy en el Costco, la cosa es seria, dejo de ser yo, camino como un muerto viviente, con la mente perdida, imaginando las posibles rutas de escape que tendría que tomar si se desatara un holocausto zombi.




¿Cómo es posible que ningún director de cine haya hecho una película de zombis dentro de un Costco? Digo, si ya han hecho hasta lo inimaginable en materia de muertos vivientes, no veo por qué no explotar el Costco.

El Costco tiene un potencial infinito en materia zombi. Si no fuera un cobarde y me animara a escribir un guión cinematográfico o una novela zombi, comenzaría con un sujeto tomado de la mano de su mujer.

-¿Qué te pasa? –le preguntaría la mujer a nuestro héroe-. Estás en la luna, mi amor. Tranquilo, ya verás que saldremos adelante, pronto encontraras trabajo y dejaré de endeudarme con mis tarjetas de crédito para poder comer.

-Gracias –dirá nuestro héroe con la mirada perdida en los anaqueles superiores de la tienda.
 



Nuestro héroe, en realidad, será un antihéroe, es decir, un escritor. Un escritor fracasado que por misterios que solo ocurren en las películas (o tal vez no) tiene por mujer a una chica de tetas descomunales. El escritor debería sentirse culpable por ser un mantenido, y lo está, hasta que entra al Costco, donde su psique toma un pequeño descanso del autoflagelamiento emocional y lo transporta en automático a su mayor terror, un ataque zombi. 

De ahí que no sea de extrañar que nuestro héroe recorra los pasillos con la mirada perdida en las zonas altas de la tienda, imaginando que trepa sobre los congeladores de comida, poniendo a salvo a su mujer, mientras los demás consumidores son devorados por una horda zombi.
 



-¿Oíste eso? –pregunta aterrorizada la mujer de nuestro héroe.

Nuestro héroe, en automático, como si hubiera nacido para ello, sin importarle que toda la gente se le quede viendo raro, como si fuera un loco (incluida su mujer), trepa a uno de los anaqueles de la tienda.

-Más vale que me des la mano –le dice nuestro héroe a su chica.

Y se desata el infierno.

Nuestro héroe y su chica viven gracias a la comida que hay almacenada en los estantes superiores, hasta que ésta empieza a escasear.

-Pero queda un montón de comida –dice la mujer de nuestro héroe.

-Tenemos que irnos –dice nuestro héroe.

La única forma de escapar es por el ducto del aire acondicionado.
 

 
Naturalmente la película o novela no tratará sobre zombis. Películas y novelas de zombis hay para regalar. Los zombis solo serán un telón de fondo. La verdadera historia tratará sobre la venganza. Sobre dos hermanos que desde pequeños se juraron lealtad y protección mutua, que crecieron viendo todas las películas de George Romero, imaginando que algún día tendrían que sobrevivir al Fin del Mundo. Hermanos que por esas cosas que tiene la vida, al crecer, toman caminos distintos.
-Estoy seguro que mi hermano está vivo –dice nuestro héroe.
-No me jodas –explota la mujer de nuestro héroe-, no puedo creer que quieras ir a reunirte con el hijo de puta que te robó la herencia de tus papás.
-Por eso quiero ir a buscarlo –dice nuestro héroe pensativo, mirando desde el techo del Costco todo el vecindario infestado de zombis-, para romperle las piernas y tirarlo en mitad de la calle.
 


miércoles, 21 de noviembre de 2012

No llores por mí Argentina



Las ventas de Mala Racha se han estancado, todo es culpa del Buen Fin, estoy seguro. Sin embargo, un escritor también vive de mails que alimentan el alma y el ego, como este.





Histórica y místicamente siempre he tenido una conexión con el pueblo argentino, tengo fe que algún día vendrán a salvarme. Aunque claro, Fiera piensa lo contrario.
 




¿Llegaremos a las 100 novelas vendidas? Un misterio.
 

martes, 20 de noviembre de 2012

Una familia ejemplar





Les presento a la familia Rosado-van Der Gracht. Cada uno de sus integrantes me ha comprado una novela Mala Racha. Pero no por eso los amo. Hace poco más de tres años, cuando comencé mi relación con Fiera, me dijo que estaba feliz porque su mejor amiga regresaba a vivir a Mérida.

De ese día en adelante, supe que Fiera era una mujer maravillosa. ¿Por qué? Bueno, si quieres saber si una persona vale la pena, observa quiénes son sus mejores amigos. Y los Rosado-van Der Gracht, en conjunto, son probablemente los seres humanos más buenos que existen.

Joanna y Jorge son los directores y dueños de una bonita universidad enclavada en el Centro Histórico de la ciudad, en la que todos los jóvenes deberían estudiar para ser seres humanos de provecho. Además, Joanna es una maravillosa escritora, autora del libro Magic Made in México.

Carlos, el hijo mayor, es una enciclopedia humana, quizá por eso se casó con una chica noruega y se fue a vivir a uno de los países con mayor índice de lectura en el mundo.   

Maggie, la hija menor y mejor amiga de Fiera, dirige junto con sus padres la universidad TTT, y es la flamante esposa de Ricardo Castillo, vocalista y líder de la banda de rock El Viaje, donde dicho sea de paso, aparezco penosamente en un nanosegundo en uno de sus videos más emblemáticos.

 



viernes, 16 de noviembre de 2012

El Buen Fin




Si eres un cibernauta no mexicano, te cuento que en México todos están vueltos locos con el Buen Fin. ¿Qué es el Buen Fin? Según nuestro “Presidente” Felipe Caderón, es algo muy bueno para los mexicanos, algo que reactivará la economía del país, sin importar que el país esté quebrado (aunque el video que aparece debajo de estas líneas muestre un país pujante).



 
Pero si lo que quieres es saber la verdadera definición del Buen Fin, lo mejor es preguntarle a uno de mis sabios amigos del Facebook, él los ilustrará.
 



Algunas personas me han preguntado si no pienso poner en rebaja la novela Mala Racha para ayudar a reactivar la economía del país, mi respuesta es esta:
 



jueves, 15 de noviembre de 2012

90 y contando


El día de ayer se cerró la lista para las personas que querían ser inmortalizadas en la sección de agradecimientos del libro Mala Racha, sin embargo, siguen llegando lectores que quieren volverse inmortales en mi corazón. Gracias por seguir comprando la novela. Prometo que no se arrepentirán.



Gigix SA comprador No. 58

Alvey y Amy Carrillo compradores No. 70


Mauricio Coy Figueras comprador No. 72

Verónica Díaz Sosa comprador No. 73

Odeen Rocha comprador No. 74

Lucero Hidalgo comprador No. 75

Roberto Román Ruiz comprador No. 76

Ramón Calavera comprador No. 77

Mariana Pasos comprados No. 78

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Prólogo (o último día para ser inmortalizado)




En Twitter y Facebook hay mucha gente como Maria Lourdes. Personas que no me conocen de nada (no se dejen engañar por el apellido, Solís resulta ser de lo más común en México, en especial en Mérida, solo hay que echarle un ojo a la letra S en la Sección Amarilla) que les llama la atención que sus seguidores o amistades estén diciendo que van a comprar algo llamado Mala Racha.

Incluso si Maria Lourdes fuera mi tía, se lo pensaría dos veces antes de desembolsar 22 euros por la novela de su ilustre sobrino desconocido. 22 euros en el Tercer Mundo es mucho dinero. En México es algo así como 382 pesos (incluida la comisión por comprar en PayPal).

La gente solo paga 382 pesos por obras de escritores renombrados, novelas gruesas de pasta dura como alguno de los libros de la trilogía Millennium de Steig Larsson.

Sin embargo, hay 91 personas que han creído en mí. En la calidad de mis letras. Que ahora mismo están sacrificando pequeños y grandes placeres. O la necesidad básica y primordial en un ser humano: la comida.
 



Por eso, mientras tecleo este post, mi corazón va a mil, y los ojos los tengo como un par de huevos fritos. Probablemente mi sueño de ser un best-seller jamás se concrete, y pase el resto de mis días envidiando a esas señoras y señores de lentes de pasta ancha que viven holgada y glamurosamente de las regalías de sus obras, sin la angustia de tener que conseguir otro trabajo para poder llegar a fin de mes; sin embargo, lo que nunca envidaré, son estos momentos, que probablemente un best-seller jamás ha experimentado, es decir, poder platicar y conocer uno a uno a los lectores de tu primera novela. Saber que tienes la responsabilidad de transportarlos a un mundo que los haga olvidar por un momento al hijo de puta de su jefe o al casero que golpea a la puerta para cobrar la renta.

¿Acaso mi novela cumplirá su cometido? El 100% de las casas editoriales mexicanas creen que no, o al menos eso creían hace un par de años cuando les envíe el borrador de mi novela.
 




Esos fueron solo dos ejemplos. En mi computadora tengo una carpeta donde almaceno varios gigabytes de rechazos editoriales. Si no fuera por Fiera (y varios amigos escritores y lectores) hace rato que sería comida de gusanos. Respiré profundo, saqué de mi cabeza la macabra idea de ingerir ácido muriático y/o robar un banco y morir acribillado a tiros, y seguí luchando.

En unas horas se cierra la cortinilla de la preventa para las personas que quieran aparecer para toda la eternidad en la sección de agradecimientos de la novela.

¿Acaso este post convencerá a personas como Maria Lourdes a comprar Mala Racha?  Probablemente no, por eso, hoy les mostraré el prólogo de la novela, cortesía de uno de los escritores que más admiro en el mundo, el señor Eduardo Huchín, que dicho sea de paso, es un personaje neurálgico dentro de Mala Racha.
 

La experiencia Pildorita
Por Eduardo Huchín Sosa
 
 
Conozco a poca gente que no haya recibido un correo de Rodrigo Solís al menos una vez en su vida. Algún lunes de 2005 ó 2006, cientos de empleados, oficinistas, estudiantes, encontraron en su Bandeja de Entrada un nuevo mail con el Asunto: “Pildorita de la Felicidad”. Más de uno abrió el correo en busca de alguna secuencia de frases de motivación e imágenes de atardeceres, pero obtuvo a cambio, una condensada diatriba contra el mundo moderno. Era como el primer cigarro, la primera botella, o el libro inicial: al principio no tuvo un buen sabor, pero con el tiempo el suceso resultó indispensable para explicar en qué nos habíamos convertido.
 
La adicción a Pildorita estaba llena de esas historias: yo no sabía, a mí me dijeron, nunca fue mi intención. Pero las decenas y cientos de personas que recibían los correos de Rodrigo estaban ahí, malversando horas laborales, absortas en esta o aquella historia, regocijándose en la vida y opiniones de un desconocido. Riendo a escondidas. En fin, haciendo eso que, en algún otro tiempo, se llamó lectura.
 
¿Cómo le hizo el señor Solís?, ¿cómo demonios se inmiscuyó en nuestras vidas? La respuesta podría adivinarse en su pasado como licenciado de administración, pero en realidad proviene de su sentido práctico de la literatura. Rodrigo tomó lo único que tenía a la mano –una computadora con conexión a Internet- y tras haber escrito un puñado de buenos artículos sobre la vida cotidiana, se puso a buscar lectores. No fue tras las editoriales, no hizo ruegos a los suplementos de cultura. Buscó -en cambio- todas las cadenas de internet que tenía en su bandeja de Spam, copió las direcciones e integró los nombres a una base de datos. Cada que tenía un nuevo texto, remitía primero cientos, luego miles, de correos, desde decenas de cuentas distintas, sometidas todas ellas a la capacidad máxima de envío. ¿Funcionaría? Lo ignoraba. Pero al menos era una forma de no quedarse a esperar que alguien más hiciera el trabajo.
 
El resultado fue estimulante. Después de algunos meses, sujetos iracundos le escribían al correo electrónico con la petición explícita de que no les siguiera jodiendo la existencia. El otro tanto decía exactamente lo mismo pero sin insultos.
 
Insistió. Renovó su base de datos. Con el tiempo, las respuestas se fueron volviendo menos ásperas. Apareció el primero que consideró a las Pildoritas un momento de respiro en la oficina. Después llegó otro al que no le pareció tal o cual idea, pero que al final, con letra más pequeña, había escrito “Gracias”. Alguien más le llamó “escritor”. La mayoría de los mensajes iniciaba: “No sé cómo has obtenido mi correo…”.
 
Ante el furor de los blogs, a Rodrigo no le pareció mala idea abrir uno con el material de sus artículos. Se trataba de conformar un espacio en la red donde cualquiera pudiera entrar, pero sobre todo donde una veintena diaria de despistados llegara tras realizar alguna búsqueda previsible –el futbol, sexo, chismes de espectáculos- y en lugar de eso encontrara un sitio adictivo, donde no faltaran el desparpajo, las burlas y las opiniones sobre temas incómodos.
 
Fue un éxito. Las visitas se multiplicaron y el público pidió dosis más frecuentes. Con habilidad de dealer, Rodrigo Solís había puesto suficientes ingredientes en sus textos para que el auditorio experimentara un rápido síndrome de abstinencia. Los comentarios se multiplicaron y en los momentos más lúcidos se volvieron una conversación entre lectores, y en los más divertidos, una oportunidad para que la gente perdiera el control y se pusiera a insultar a diestra y siniestra. Aparecieron locos con amenazas –el ejército de admiradores de Michael Jackson, funcionarios campechanos ofendidos por la mala promoción hacia el estado, la líder nazi de un sindicato de edecanes, un poeta que fingió su muerte – que dotaron al blog de un extraño hálito de irrealidad. El sitio había creado, a la par de lectores, una tropa peculiar de personajes.  
 
El secreto de la Pildorita estuvo y ha estado en sus componentes activos: los Data Pop, las tragedias menores, la televisión, la autobiografía precoz, Dios, la publicidad, el ridículo, las batallas familiares, la provincia, el futbol, los políticos, el cine, YouTube. Tómese la vida cotidiana y disuélvala en ácido clorhídrico. Sin embargo, pese a lo atractivo de su fórmula, la combinación por sí sola no hizo el milagro. Faltaba agregar la sustancia personal: la eficacia de un humor, despiadado, agudo, políticamente incorrecto. La marca de fábrica.  El sello Solís.
 
Y es que aquellos que hemos subrayado la nitidez de su prosa sarcástica sabemos reconocer sus filiaciones. De Bayly aprendió la exhibición impúdica y de Pérez Reverte, el arte de la bilis. Rodrigo no carece de héroes literarios, aunque más de un “intelectual” le haya cuestionado si sus escritos son en realidad literatura. Pero la respuesta es más que obvia. Sus coordenadas están marcadas por gente que, como él, hace literatura a su modo: Larry David, Jerry Seinfeld, Ricky Gervais, Woody Allen, Hernán Casciari. Su genealogía abarca a todos aquellos que han diseccionado la rutina para extraer de ella el infierno mínimo o amplificado en que hemos convertido el mundo. Por eso, Pildorita de la Felicidad más que un blog se convirtió en un sitio donde cultivar quejas gozosas.
 
El paso natural de un proyecto como el de Rodrigo Solís era transitar de la tecnología en red a la tecnología unplugged. Del placer de la pantalla y al placer de la página. La existencia de un libro con su firma sólo corrobora que su humor funciona en cualquier soporte, llámese conversación, internet u hoja impresa. Y si el acoso por e-mail, las búsquedas en el Google, los links desde los sitios web, le han servido para convocar lectores, no dudo que el azar, el recorrido en la librería, la recomendación boca a boca hagan otro tanto. La Pildorita es una incomodidad necesaria, algo que hacía falta en los estantes. Ahora ese mismo humor está a la vuelta de esta página, inoculando una novela donde una veintena de amigos y conocidos son ya personajes de ficción. Los veo (me veo) con un gesto que lo mismo remite al horror que al placer. Es el efecto Pildorita. Considérese usted afortunado.


¿Tampoco son suficientes las palabras de uno de los mejores escritores del mundo? Bueno, que mejor hablen algunos lectores.